Chagall solía representar (se dice) la pasión amorosa en el vuelo de los amantes (a veces individual (sólo la mujer), a veces colectivo) y es curiosa esta relación, que para él, podría haber existido entre amar y volar. Volar requiere arrojo y la capacidad de despegar los pies del suelo y mantenerse suspendido en el aire. Toda una habilidad que si se piensa, en pareja, puede resultar complicada de sintonizar con el otro, de coordinar (seguir las mismas coordenadas ¿será?) adecuadamente. Es decir, el vuelo en pareja no sólo precisa la habilidad que cada integrante posea para ascender, sino, que, debe existir (o hacer que exista) una habilidad conjunta, una comunión de voluntades y de cuerpos (por eso la mano en el seno), de complicidades, unas ganas compartidas de abandonar un rato la comodidad de saber donde se está (por eso el mundo abajo), la estabilidad que te brinda el tener los pies en el suelo, la valentía conjunta de dar un paso más allá con todo lo que implica ese espacio indeterminado del pie en suspensión.