Decidieron que el velorio se llevara a cabo con el ataúd cerrado ¿Quién querría despedirse, cara a cara, de ese cuerpo fragmentado desde el nacimiento? Sus padres ya habían tenido suficiente sufrimiento durante la niñez de aquella criatura que olvidaba ponerse las manos al levantarse. Aunque intentaron enseñarle a coserse las partes al cuerpo, con la lógica del cuerpo, ella, a veces, la olvidaba y en rebeldía (otras tantas) se cosía un pie en el brazo, una mano a la entrepierna, una entrepierna en lugar de la boca. (Sobre este punto vale la pena agregar que, por más que se empeñaron en organizarle el deseo, ella gozaba arrancarse la boca y coserse la vulva en su lugar y que, para aumentar la vergüenza de sus padres, solía pasearse por la casa chupándose los dedos. Los llevaba al lugar de la boca con gozo. Le placía pasar los dedos, uno a uno, por esos labios y a veces conseguía escabullirse rápido hacia la ventana y asomar esa boca desmesurada a la calle).
No faltó la vecina curiosa que, haciendo caso omiso a las restrictivas cortinas, la altura desmesurada de la reja, el jardín tupido hasta la oscuridad, lograba divisar con ojos asqueados a la niña mal cosida y corría la voz en el barrio en el que la casa se levantaba como una leyenda.
Estaba decidido. Ni siquiera la coserían al momento de su muerte. No valía el esfuerzo esa costura final. Que el ataúd sellado fuera el epílogo de ese error de la lógica y comenzara, entonces, el olvido de esas partes desmembradas por la voluntad divina.
Había que silenciarla parte por parte, olvidarla a partir de su ausencia, acallar el dolor de su existencia en su vida. Había que silenciar a la niña.
*Blanchot