Me placen los rituales, las rutinas, ir creando costumbres y hacerlas mías, enraizarme en ellas. No soy de apegos, pero las rutinas han sabido tejer lazos inalterables en el tiempo: levantarme el fin de semana y poner en el tocadisco el primer vinilo que encuentre (sorprenderme con un bolero, con la voz de Víctor, con esas bandas de jazz que pensé te gustarían, con ópera, con Dvorak, Sinatra, Joao...), prepararme el único café del día, abrir las cortinas porque me gusta la luz, salir a mirar el almendro, a ver si ya han llegado los picaflores...darle la mano a él, que duerme junto a mi, a ver si se despierta y podemos desayunar juntos. Por lo general, toma mi mano e intenta abrir los ojos o esbozar una sonrisa, pero el sueño le gana y con lentitud, siento como su mano pierde fuerza y el sueño gana otra vez.
Los domingos son de feria. En Conchalí se ponen montón de ferias todos los días, salvo el día lunes (que no hay ferias en ninguna comuna de Santiago). La rutina del día domingo empieza esperando a que mi mamá se levante pues es el día en que la acompaño a la feria. Hace unas semanas, comencé una nueva rutina: comer comida peruana en un puesto. No sé por qué me molesta que, al verme llegar, la señora de la comida le comente a sus contertulios "allí viene la chilena". Me carga que me diga "chilena". Es pura tontuna, pero siento que me excluyen. Si sólo dijera "allí viene la de todos los domingos"...yo no le digo "la señora peruana", aunque seguro no le molestaría. Yo soy la que tiene problemas con el lenguaje y sus etiquetas e invento relaciones inexistentes(?) entre las palabras y el mundo y las personas. Por eso tiendo a enojarme por asuntos que nadie entiende. Y no me vendo de incomprendida, no, me vendo de lesa. Hoy iré por mi ají de gallina. La señora ha dicho "cocinaré ajicito para mi familia y la chilena, que hace tiempo me lo pide...". Lo he oído al alejarme del puesto. Las palabras "familia" y "chilena" en la misma oración me han irritado aún más por la frontera de la Y. Yo no sé qué hace la señora que me es imposible enojarme con ella. Me tiene comiendo de su mano. Espero los domingos por la mañana para ir a comer sus papas a la huancaína con ese maíz que ella llama de un modo que nunca puedo recordar y suelo, todos los domingos, volver a preguntar cómo se llama el maíz y ella me lo vuelve a decir, sonriendo, mientras cubre las papas con mucho de eso y deja para el final la misma pregunta de siempre "¿Le pongo rocotito?" y yo le salgo con la tontuna de siempre "sí, que soy picante" y siempre nos volvemos a sonreir. Amo ese ritual.
* Hoy no me tuvo ají de gallina, pero me llamó amiga...