"El increíble vuelo en un mundo peligroso de un hombre que no existe.
Michael Knight, un joven solitario en una cruzada por defender la causa de los inocentes, los desamparados y los débiles, en un mundo de criminales que operan por encima de la ley"
Pablo me abrazó en la escalera. Yo escondía el martillo en mi vientre. No me gustaba que me abrazara así, se pegaba a mi por mucho rato. Prefería los abrazos acostumbrados, esos que duraban un par de palmadas en el hombro. Pero su infantil abrazo huérfano me descolocaba a tal punto que casi saco el martillo en esa escalera y lo golpeo cuando su cabeza reposaba en mi hombro. Le dije que me soltara, pero se aferraba más. Entonces, le dije que me soltara o se iba de mi casa y él comenzó a llorar. Al principio hice caso omiso a su llanto, infantil, como todo en su persona. Era la reacción aprendida. Siempre me pareció un joven frágil y por ello me complacía más hacerlo blanco de mis comentarios más crueles. Mientras más sufrimiento le ocasionaba, más gozo descubría mi mano. Sus llantos siempre cesaban ante mis sobreactuados (y lo bastante bien para convencerlo) lo siento, no quise decir eso. Pero esa noche Pablo no dejó de llorar.
Me sentó en el sillón mientras buscaba algo en el equipo. No sé por qué lloré tanto si ya me había habituado a sus desprendimientos postizos y sus amenazas anticipadas, por si no resultaba lo primero. Estuve sordo horas y a punta de voluntad me negué a abrir los ojos a su rostro de diosa despechada. Desde el equipo musical se erguía titánico el sonido del auto fantástico, dejando caer sobre mi cabeza ese bajo inalterable y esa voz en off que narraba la historia de su paladín. Mientras, yo, henchido de mares inundaba todo el cuarto, ella no paraba de repetir la introducción.