Escribo, aunque la palabra no exorcise nada, me escribo como la condenada a muerte escribe, siguiendo la línea de la mano, sólo hago la hora hasta mi muerte.
Recreo mi silla.
Recreo mi soga.
Recreo mi inyección.
Recreo mi guillotina.
Que no se diga que no quise incendiar las noches más oscuras con un palito de fósforo.
Que no se diga que me tembló la mano ante la hoja, que me tembló la lengua, que me tembló la voz, que no se diga..
Que no se diga que no ofrecí el corazón en bandeja de plata, que no ofrecí mi cabeza en bandeja, que no ofrecí todo en bandeja, salvo la mano.
Que no se diga que no entoné mareas al son de la más desafinada de las peces, que no entoné salvajes himnos con un hilito de garganta.
Dirán, en cambio, que escribí.
Les digo, voy a incendiar todos los libros de la biblioteca para calentarme el alma, digo, voy a quemarles las manos a todos, a poner la hoguera a sus pies.
Que sepan, ya suenan las sirenas por las calles. Algo huele mal, la poesía huele mal, hay que sacarle los trapitos al sol, tenemos las manos llenas de cadáveres, tenemos las manos llenas de poesía mal hecha, tenemos la poesía llena de manos muertas, que sepan...
Y escribimos como si la muerte nos rondara, escribimos, afirmo, como si la mano nos mandara, afirmo, como si tuviéramos alma, afirmo, escribimos en un acto fallido siempre, escribimos en círculos siempre, escribimos con los ojos vendados, les digo, que la poesía ronda la esquina y está ciega y está armada de los más bellos fuegos de artificio, anuncio, ya suenan las sirenas por las calles de las barricadas letradas.
Me silla mi trono.
Me soga un collar.
Me heroína mi inyección.
Me guillotina algo parecido al silencio.
H. Darger.