lunes, 13 de abril de 2020

El pacto

Crecí en el silencio de la pampa
en un paréntesis geográfico
entre el desierto más árido y
el mar más furioso.

Por las noches
caminaba a casa bajo la esfera celeste
que en el norte es oscura y luminosa
a la vez.

El desierto no es silencioso como recuerdo.
El desierto suena como la arena y el viento
combatiendo contra la gravedad
suspendidos por  hilos invisibles
un acto de magia
para el ojo más entrenado
me cuenta la niña que fui.

En el desierto era normal sentirse pequeña
cuando era pequeña.
Dimensionar la grandeza no era problema
en ese entonces.
La grandeza era una condición natural
de todo lo que me rodeaba
entre la escuela y la casa.

En los escombros de una obra no concluida
o demasiado terminada
juntábamos vidrios de colores
como joyas.
Cada una guardaba un tesoro de cristal.
Contemplamos la fragilidad y la escondimos
de la mano despiadada de alguna compañera
de la boca hambrienta
del tiempo.
El tiempo revela las trizaduras
socava las grietas
fragmenta el cuerpo.
 *
Antes del tiempo
el universo fue un jarrón chino
intacto.

**


A la salida de la escuela íbamos al patio de los dragones.
Era un basural alejado de las casas
cuya figura bajo el sol
se proyectaba en el horizonte
como una bestia mitológica derribada.
Allí leíamos postales
mirábamos fotos
y volvíamos dueñas de los secretos de la humanidad.
También allí
vimos el cuerpo de un animal muerto
y acercamos un palo para experimentar su muerte
y volvimos durante varios días a repetir nuestro acto
secreto.

En el desierto había un árbol
el árbol gigante.
Bajo sus ramas nos dimos nuestros primeros besos
sin abrir la boca.
Todo en ese tiempo
se volvía un pacto de silencio.
La infancia es el tiempo secreto
el cuerpo del silencio absoluto.
El silencio suena como la arena y el viento.
El tiempo permanece suspendido.
La voluntad de una niña puede ser brutal.
***
El tiempo es experto devorando los trozos

de una pieza quebrada.