El amor es tiempo
Es difícil coordinar los tiempos amorosos, coordinar el deseo propio en relación al deseo del otro. Lo normal es que los deseos se deslicen por tiempos distintos. Pero, a veces, de manera casi mágica, los deseos se reúnen, sintonizando y devienen en "el deseo". Una especie de paréntesis común a los enamorados, que los contiene, reuniéndolos en un tiempo mutuo y detenido. La correspondencia amorosa, por lo tanto, suele ser fugaz y, lo que la prosigue, son los deseos de los enamorados corriendo por caminos paralelos, en soledad. Entonces, ellos habitan su soledad, y a la vez, comparten una soledad, un vacío que antes ocupó el deseo creado.
El amor es líquido
La intensidad amorosa se ve afectada por las fases lunares debido a su materialidad líquida. Como la marea que es, avanza y retrocede en grados, ganando terreno y cediéndolo según los caprichos de la luna. El amor es un mar crispado. El amor es un mar en calma. El amor es un mar en su infinita capacidad para reproducirse cíclicamente sobre la costa de cualquier playa. Antes de nosotros ya había mar. Antes de mi no había mar. Antes de ti no había mar. Antes de nosotros no había amor. El mar fue mar desde un nosotros. Es tan fácil evaporar un mar en un segundo. Basta con que tú y yo retomemos nuestras posiciones en costas opuestas. Luego, sólo queda la arena desplomándose tiempo abajo...
El amor es cuerpo
El cuerpo contiene todo deseo, todo amor, toda expectativa y todo desencuentro.
Los encuentros también se realizan a partir de los cuerpos. Los cuerpos se acuestan como puentes. Los cuerpos se pliegan geográficamente. Estando plegados, no cabría una aguja entre ellos. Los pliegues de los cuerpos estrían la superficie amorosa que antes fue plana como un desierto antes del viento. Es bueno que sople el viento sobre los cuerpos. Es bueno que los cuerpos soplen uno sobre el otro. Es bueno que los cuerpos sean erosionados por el deseo.
Existen encuentros de partes del cuerpo. Son encuentros fragmentarios. Se encuentran las bocas. Se encuentran las lenguas. Se encuentran las manos. Se enlazan los cuerpos a partir de sus átomos. Y los átomos son tan húmedos cuando conforman las bocas.
Los encuentros corporales nos transforman. Nuestro cuerpo se modela según la voluntad del cuerpo amado. El cuerpo reacciona a su boca. Nos pone en trance. Nuestra boca luego del beso no retorna jamás a la boca original. Descubre esa capacidad de ser otra en la boca del otro. Le gusta ese juego, ese registro.
Ese poder adquirido y compartido es permanente en la medida que los cuerpos amantes continúen inmersos en esa anatomía plácida.
Ya no vuelven a existir tus manos y las mías, sino, ese nudo de manos y piernas en el que ya no hay fronteras que delimiten mis dedos y tu pecho. Somos algo monstruoso juntos. Somos un invunche indescifrable. Hemos sido renacidos por el deseo y todo es nuevo para nosotros en ese cuerpo parido por el amor. Tu cuerpo y el mio, nuestro cuerpo, conforma una ciudad que recorremos a punta de besos y abrazos. Y nos perdemos en esta ciudad nuestra sólo para descubrirnos, boca a boca, en cualquier esquina de este cuerpo y ponemos nuestros cuerpos contra cualquier pared para lamernos en nuestra infinita adicción.