domingo, 28 de abril de 2013

Mi abuela bebía el te a las 5 pm y era santiaguina. Le gustaba beberlo a la hora en que la ciudad ardía con mayor vigor porque, según ella, luego, con el sudor, venía un fresco que, en contraste, resultaba muy agradable. Parecía, entonces, que era necesario realizar este rito de contrarios, pasar de un calor sofocante a un frescor dulce. Silvia Carrasco vivía en la cocina de su casa. Allí tomaba el té a las 5 pm esperando la campana del camión del gas que solía tañir 10 minutos después. A mi tata le gustaba anunciarse así, mezclando el campanazo con el grito de "gaaaascooo". A ella le gustaba recibirlo con un tazón de té samba y cedrón en lugar de un abrazo.
Mi madre me tuvo a sus 18 años. Era una bebedora de té igual que mi abuela. Por eso no fue raro que decidiese alimentarme mis tres primeros días con esa bebida. Mi tata, al llegar a casa, me dio leche.
Anoche, después de intentar terminar de corregir unas 200 evaluaciones de libros, mi madre me visitó sobre la medianoche. Traía en sus manos dos bolsitas de té y me dijo, a modo de secreto, "es del que toma el presidente" y yo le sonreí respondiendo "¿le ponemos un poco de cedrón? Seguro él no lo toma así como la abuela...". Al irse, descubrí en un vaso su bolsa de te. Aún tiene esa costumbre de guardarlo para que de otra taza. Ella es de Conchalí.