jueves, 26 de septiembre de 2013

Defensa de tu promiscuidad

Yo defiendo tu cuerpo a rabiar
tu carne en vitrina
extinguiéndose de cama en cama
de todas tu cuerpo
tu solidaria carne
repartida entre tantas
tantas veces tu cuerpo
pasando de mano en mano
sacándonos chispas de roce en roce
un único cuerpo
incendiando las noches.

Yo defiendo tu indómita espalda
animal en fuga
lugar común de todos los besos
ruta de nuestra saliva
mojado
gemido
mojado
gemido
cadáver y trofeo en cada gesta
tu espalda en mi lengua
atravesada de gozo
mi lengua
muriéndose
espalda abajo
espalda arriba
mi lengua
viajera
sobre tu cuerpo.

Me he besado con todas
en cada uno de tus pliegues
las he besado a todas
las veces que lamí tus dedos
las veces que tomé tu mano y lamí tus dedos
lamí sus dedos
los abrí y los lamí en una anáfora inércica
lamí a aquéllas vecinas de la carne
de tu carne
turnada
infinita
matriz de placer
mártir de la causa
tu cuerpo nuestro
cuerpo regalado en la calle
rifado en la fiesta
desplegado bajo mi carne
incansable
tu cuerpo
inapropiable
lo celebro
muriendo bajo su peso.







sábado, 21 de septiembre de 2013

?

El cisne despliega el cuello donde reposa la espada y corta 
poniendo fin a toda incertidumbre.


Él dice por qué otra vez, solloza mientras amanece su ventana, dice mierda, la próxima vez no me levanto, tengo ganas de decirte maldita, te digo maldita tantas veces como alcance antes de quebrar la palabra, tuviste que decirlo o no decirlo, pero dijiste y bien, me has roto un poquito más ¿no lo oyes? Fuma. Amanece. Llora. Te digo que no. Llorarás pasado mañana, anuncias, llorarás y mucho, me dices, y mucho, me dices que te dueles solo, que no importa si duele, que importa que duela solo, pero no quieres decir soledad. Fumas. Amanece. Recuerdas maldecirla un poco más, sólo unas veces más antes de dormir, las veces necesarias para que ella escuche, no importa si dices mal, importa decirle. Y la besas. Se oscurece bajo las sábanas y la buscas y está justo allí al alcance de tu mano, pero no la alcanzas, demasiado cerca para ver-la, no te quiero ver más, ¿entiendes?, dices que no la quieres y que la quisiste, te quise, dices, ya no. Giras. Te duele. Sollozas.  Duermes. Amanece.

jueves, 12 de septiembre de 2013

The wicker man


Ror qual*

Despertamos con  ojos ahogados en lágrimas,
con  costas pariendo cadáveres,
con un mar ultrajado rubí. 



La ballena azul se extinguió. En algún momento, las costas del mundo comenzaron a poblarse de cadáveres azules que fueron muriendo en fila y se convirtió en todo un espectáculo el ir a observar ese tren de cetáceos varados.
Un informe estadístico, a cargo de la CBI*,  expuso por el año 2032 sobre una alarmante y sorpresiva baja en la población de estos animales. Si bien, su caza se prohibió a partir del año 1960, los datos arrojados por dicho informe mostraban un decrecimiento desmesurado de ejemplares entre los años 2030 y 2040, aún peor que el sufrido por los cetáceos entre los años 1930 y 1960 cuando fueron de gran utilidad para la industria cosmética y alimenticia, entre otras.
El curioso fenómeno aparecía descrito del siguiente modo en un extracto del documento:

Balaenoptera Musculus

N° ejemplares                          Año                                     


8.000                                        2020                  

4874                                         2025
1321                                         2030 
163                                           2031
                

Al principio, la gente sintió lástima. Acudían con baldes a la orilla de las playas, y luego de quitarse zapatos y arremangarse pantalón, se metían al mar, llenaban los baldes e intentaban refrescar los enormes cuerpos perdidos.

Los biólogos no lograban explicarse que los mamíferos vararan, en distintos lugares, con una sincronía macabra. Se les vio morir en California. Los turistas, que acostumbraban incluir en sus dinámicas de mall la observación y alimentación de los cetáceos como un espectáculo de varietés, quedaron perplejos ante el gran número de ejemplares que concurrió a deleitarlos con sus proezas aquel día.
La imposibilidad de mover los cuerpos varados, decantó prontamente en una frustración que acabó con las buenas intenciones de los circunstanciales socorristas. El agua salada, que a ratos llegaba a humedecer la piel de las ballenas entregadas hace mucho tiempo a un destino trágico, no lograba evitar la desecación ; la inevitable muerte se volvía más cruenta ante la esperanza de vida que llegaba con cada gota de agua que alcanzaba sus cuerpos sin conseguir arrastrarlos mar adentro.

Luego de la frustración vino el asco. Intentaron devolver a las colosas al mar. Amarraron sus cuerpos con gruesas sogas. No hubo selección. Enlazaron a vivas y muertas.  Arrastraron a los cetáceos por las playas con 4X4, con tractores, levantaron sus pesos con grúas, pero los cuerpos permanecieron sobre la arena, mudos, surcados por las marcas de las cuerdas, abiertos impudorosamente ante ojos indolentes.
Durante la agonía de algunas que sobrevivieron al fracasado intento, la sangre que cubría la arena fue alterando la fisonomía de la playa. Las posas carmesí devinieron en ríos. Algunos fluyeron desde su lecho hacia el mar, mientras otros, en el trayecto, fueron conformando monumentales costras. Entre ellas, los cadáveres se mecían, parsimoniosamente, al capricho de la marea que parecía disfrutar el no decidir llevarlos consigo o dejarlos entre las costras como trofeos. Entretanto, una espuma rojiza coronaba su frontera.
Uno o dos días después, llegaron hombres y mujeres desde distintos lugares de la ciudad a disputar la carne de las ballenas a  gaviotas y perros. Vinieron con machetes. Trajeron unas hachas. Aparecieron con cuchillos. Cualquier apero sirvió para destazar los cuerpos y dejar al descubierto las impresionantes estructuras óseas.
La gente se agolpaba en la playa para observar el espectáculo que ofrecían los rorquales tendidos en la arena. De sus cuerpos se desprendía carne a granel.
Las ballenas que habían mantenido su lucha hasta ese punto, fueron descuartizadas del mismo modo que los cadáveres. Los azarosos carniceros hicieron caso omiso a las miradas aún vivas que les observaban desde la inmovilidad de las moles. Para el oído humano fue imperceptible el sollozo. Para el humano se hizo invisible el latido. Sus manos impulsadas por el placer del corte se extraviaron en las carnes a machetazos. 
La faena estuvo concluida en un par de días gracias a la determinación con que se llevó a cabo. De los titánicos cetáceos que vararon en los márgenes quedó sólo una pulcra osamenta.
Las familias comenzaron a habituarse a pasear por el litoral para observar aquellos restos monumentales que permanecían inmutables sobre la arena. Algunos volvían a casa con un hueso de recuerdo.
Una mañana de paseo, pudo advertirse que algunos esqueletos estaban forrados en lona. Desde muy lejos, parecía como sí las ballenas hubiesen regresado a habitar sus restos. Era una puesta en escena entre mística y pánica. Cerca de los armazones de hueso y tela, podían observarse unas improvisadas puertas, oírse conversaciones que hacían eco dentro de las estructuras, distinguirse unas luces que escapaban por la cavidad ocular.
Había gente viviendo dentro de las azules.

*"terminado"

miércoles, 11 de septiembre de 2013

40 años y un día

Chile ha sido un país trágico desde que en el siglo XVI adquirió el nombre de Chile. En ninguna otra parte de América la Conquista duró tanto como aquí. La resistencia armada del pueblo originario que fue llamado araucano por la epopeya en verso que relata el comienzo de la guerra de varios siglos desde la entrada de españoles al territorio, es la única propiamente militar en el continente. El nuestro es un país singular que celebra sus tragedias colectivas más que sus triunfos. No olvida nunca sus principales dolores y resistencias masivas o heroicas.
El 11 de septiembre de 1973, cuarenta años después representa en vivo la principal crisis sangrienta y cruel desde la Independencia política a principios del siglo XIX. Fue la principal ruptura de la historia del país posterior a la Independencia.
Las brutalidades de la dictadura pinochetiana de uniformados con civiles malos, quebró la vida bastante civilizada que había conseguido el país. Ello plantó por tiempo largo, que prosigue en el inconsciente colectivo de los chilenos, y en hechos crudos, unas muestras crueles de barbarie que en las costumbres han parecido casi “normales”.
Le quitaron civilización al país y a sus habitantes, incluso hasta el día de hoy. Somos menos valiosos que hace cuarenta años y un día.
Armando Uribe Arce*

* Aquél de la mano lúcida

martes, 10 de septiembre de 2013

A 40 años del comienzo de la desaparición

1.   Antes que su hija de 5 años
      se extraviara entre el comedor y la cocina,
      él le había advertido: "-Esta casa no es grande ni pequeña,
      pero al menor descuido se borrarán las señales de ruta
      y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza".

2.    Antes que su hijo de 10 años se extraviara
      entre la sala de baño y el cuarto de los juguetes,
      él le había advertido: "-Esta, la casa en que vives,
      no es ancha ni delgada: sólo delgada como un cabello
      y ancha tal vez como la aurora,
      pero al menor descuido olvidarás las señales de ruta
      y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza".

3.    Antes que "Musch" y "Gurba", los gatos de la casa,
      desaparecieran en el living
      entre unos almohadones y un Buddha de porcelana,
      él les había advertido:
      "-Esta casa que hemos compartido durante tantos años
      es bajita como el suelo y tan alta o más que el cielo,
      pero, estad vigilantes
      porque al menor descuido confundiréis las señales de ruta
      y de esta vida al fin, habréis perdido toda esperanza".

4.    Antes que "Sogol", su pequeño fox-terrier, desapareciera
      en el séptimo peldaño de la escalera hacia el 2º piso,
      él le había dicho: "-Cuidado viejo camarada mío,
      por las ventanas de esta casa entra el tiempo,
      por las puertas sale el espacio;
      al menor descuido ya no escucharás las señales de ruta
      y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza".



5.    Ese último día, antes que él mismo se extraviara
    entre el desayuno y la hora del té,
    advirtió para sus adentros:
    "-Ahora que el tiempo se ha muerto
    y el espacio agoniza en la cama de mi mujer,
    desearía decir a los próximos que vienen,
    que en esta casa miserable
    nunca hubo ruta ni señal alguna
    y de esta vida al fin, he perdido toda esperanza". 


La desaparición de una familia, Juan Luis Martínez

domingo, 8 de septiembre de 2013

De "Emily L.", Marguerite Duras*



Para Pablo y para ti**




*Duras, Chagall y Arvo Part.
** que sabrán ir más allá de mis limitaciones y/o carencias interpretativas

sábado, 7 de septiembre de 2013

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Rorqual

Despertamos con  ojos ahogados en lágrimas,
con  costas pariendo cadáveres,
con un mar ultrajado rubí. 



La ballena azul se extinguió. En algún momento, las costas del mundo comenzaron a poblarse de cadáveres azules que fueron muriendo en fila y se convirtió en todo un espectáculo el ir a observar ese tren de cetáceos varados.
Un informe estadístico, a cargo de la CBI*,  expuso por el año 2032 sobre una alarmante y sorpresiva baja en la población de estos animales. Si bien, su caza se prohibió a partir del año 1960, los datos arrojados por dicho informe mostraban un decrecimiento desmesurado de ejemplares entre los años 2030 y 2040, aún peor que el sufrido por los cetáceos entre los años 1930 y 1960 cuando fueron de gran utilidad para la industria cosmética y alimenticia, entre otras.
El curioso fenómeno aparecía descrito del siguiente modo en un extracto del documento:

Balaenoptera Musculus

N° ejemplares                          Año                                     

8.000                                        2020                  
4874                                         2025
1321                                         2030 
163                                           2031
                

Al principio, la gente sintió lástima. Acudían con baldes a la orilla de las playas, y luego de quitarse zapatos y arremangarse pantalón, se metían al mar, llenaban los baldes e intentaban refrescar los enormes cuerpos perdidos.
Los biólogos no lograban explicarse que los mamíferos vararan, en distintos lugares, con una sincronía macabra. Se les vio morir en California. Los turistas, que acostumbraban incluir en sus dinámicas de mall la observación y alimentación de los cetáceos como un espectáculo de varietés, quedaron perplejos ante el gran número de ejemplares que concurrió a deleitarlos con sus proezas aquel día.
La imposibilidad de mover los cuerpos varados, decantó prontamente en una frustración que acabó con las buenas intenciones de los circunstanciales socorristas. El agua salada, que a ratos llegaba a humedecer la piel de las ballenas entregadas hace mucho tiempo a un destino trágico, no lograba evitar la desecación ; la inevitable muerte se volvía más cruenta ante la esperanza de vida que llegaba con cada gota de agua que alcanzaba sus cuerpos sin conseguir arrastrarlos mar adentro.

Luego de la frustración vino el asco. Intentaron devolver a las colosas al mar. Amarraron sus cuerpos con gruesas sogas. No hubo selección. Maniataron a vivas y muertas.  Arrastraron a los cetáceos por las playas con 4X4, con tractores, levantaron sus pesos con grúas, pero los cuerpos permanecieron sobre la arena, mudos, surcados por las marcas de las cuerdas, abiertos impudorosamente ante ojos indolentes.
Durante la agonía de algunas que sobrevivieron al fracasado intento, la sangre que cubría la arena fue alterando la fisonomía de la playa. Las posas carmesí devinieron en ríos. Algunos fluyeron desde su lecho hacia el mar, mientras otros, en el trayecto, fueron conformando monumentales costras. Entre ellas, los cadáveres se mecían, parsimoniosamente, al capricho de la marea que parecía disfrutar el no decidir llevarlos consigo o dejarlos entre las costras como trofeos. Entretanto, una espuma rojiza coronaba su frontera.
Uno o dos días después, llegaron hombres y mujeres desde distintos lugares de la ciudad a disputar la carne de las ballenas a  gaviotas y perros. Vinieron con machetes. Trajeron unas hachas. Aparecieron con cuchillos. Cualquier apero sirvió para destazar los cuerpos y dejar al descubierto las impresionantes estructuras óseas.
La gente se agolpaba en la playa para observar el espectáculo que ofrecían los rorquales tendidos en la arena. De sus cuerpos se desprendía carne a granel.
Las ballenas que habían mantenido su lucha hasta ese punto, fueron descuartizadas del mismo modo que los cadáveres. Los azarosos carniceros hicieron caso omiso a las miradas aún vivas que les observaban desde la inmovilidad de las moles. Para el oído humano fue imperceptible el sollozo. Para el humano se hizo invisible el latido. Sus manos impulsadas por el placer del corte se extraviaron en las carnes a machetazos. 
La faena estuvo concluida en un par de días gracias a la determinación con que se llevó a cabo. De los titánicos cetáceos que vararon en los márgenes quedó sólo una pulcra osamenta. Las familias comenzaron a habituarse a pasear por el litoral para observar aquellos restos monumentales que permanecían inmutables sobre la arena. Algunos volvían a casa con un hueso de recuerdo.
Una mañana de paseo, pudo advertirse que algunos esqueletos estaban forrados en lona. Desde muy lejos, parecía como sí las ballenas hubiesen regresado a habitar sus restos. Era una puesta en escena entre mística y pánica. Cerca de los armazones de hueso y tela, podían observarse unas improvisadas puertas, oírse conversaciones que hacían eco dentro de las estructuras, unas luces que escapaban por la cavidad ocular.
Había gente viviendo dentro de las azules.