Para ti, con amor.
Para Arrau y Chopin y sus preludios.
Ella dijo "no hay necesidad de salir con esta lluvia", dijo "no hay necesidad de salir con esta noche", dijo "no hay necesidad de trasnochar en este sueño", dijo "no hay necesidad de salir con este calor".
a) Ella es una mujer postrada, mentalmente hablando.
o
b) Ella necesita que la "saquen" a darse un paseo.
o
c) Ella está marcando territorio todo el tiempo.
Le hago olímpicamente el quite al llamado telefónico. No sé por qué ese artificio de escuchar la voz de un ser incorpóreo, por encontrarse ocupando un espacio otro en ese momento, me causa tal rechazo que, simplemente, soy incapaz de responder el teléfono. Tal vez sea, sumado a lo anterior, un rechazo intrínseco y radical a escindir voz y cuerpo, es decir, saberme en un lugar específico y a la vez, oírme (ser oída) en otro, simultáneamente. Porque la voz es un fenómeno concreto también. ¿Podría alguna vez acostumbrarme a enviar una mano o un pie por teléfono?
Pero ella insistía en llamarme para recibir una parte de mi desde el otro lado del auricular.
-era mi modo defensivo de evaluar dicha situación-.
A mi no me molestaba que se negara a salir de casa habiendo tanta ciudad fuera.
-Su conducta, por cierto, no era nada extraña. Era replicada por una cantidad considerable de personas que se atrincheraba en sus viviendas como luchando en una guerra fría por el espacio, como temiendo que, de abandonar su puesto, éste pudiese ser ocupado por otro-
-fenómeno que era altamente improbable pues nadie estaba dispuesto a abandonar su morada/cuartel ya que compartía el mismo temor absurdo por el espacio.
-Sucedía como si al abrir la puerta de la casa, se encontrasen de narices con una gigantografía de neón que les advirtiese, a lo Divina Comedia (pero al revés) Abandonad, los que de aquí salid, toda esperanza y entonces, era obvio que optaran, haciendo uso de su "libre albedrío", por el claustro carmelito.
A ella le placía interpretar mi acción, mi rechazo al uso del teléfono, como una especie de estrategia para hacerla salir. Como si me importara, en el fondo, su rechazo al mundo. Ignorando esto, o sabiéndolo y siéndole indiferente
-porque no le importaba importunarme
-o le importaba menos de lo que quería oírme a través de su celular
insistía con terquedad
-hasta la más completa abyección-
en llamarme por teléfono.
La gente que me conocía, no me llamaba por teléfono, pero había cierto número de personas que me conocían y no me conocían, pues, me llamaban igual. Ese número insignificativo me inquietaba, esa ambigüedad límbica era deprimente: ser conocida y desconocida a la vez, saberse conocida e ignorada, al mismo tiempo, ser casi un objeto en estudio, por definir, por existirse en su concepción del mundo.
Cuando el celular comenzaba a acumular en su pantalla un número absurdo de llamadas perdidas, solía responderle
- desde el principio hasta el final de nuestro supuesto diálogo con un "ajá" en serie.
- es decir, muchos e idénticos.
A veces disfrutaba
-ella-
de fijar citas, de proponer lugares y de abrirle paréntesis a nuestros tiempos. Aquellas veces yo creía que iba a ser capaz
-ella-
de abandonar la comodidad de su casa y me figuraba que, al menos, no tendría que estar oyéndola hablar a través del celular. Pero esas veces, que fueron incontables
-por numerosas y
-por vergonzosas
sucedió que, siempre, un poco antes de la hora y el lugar acordado, me enviaba un sms para cancelar excusándose de modos indecorosos por inverosímiles. Yo confiaba que ella supiese lo mal que había quedado conmigo, en el mal pie que quedaba nuestra amistad, y que, debido a esto, se desapareciese por un tiempo suficiente como para "perdonarla"
-en su versión del asunto-
Pero no, acostumbraba a contar un par de días para volver a sus ataques telefónicos, ella, mi amiga, mi torturadora, mi cruz, mi karma, mi mochila, ella, definida para (y por) mi como "todo lo que tuviese relación con cargar con un peso durante el tiempo suficiente como para que comenzase a pesar demasiado pero no lo suficiente como para dejar de cargarlo".