Sé de la casualidad.
Levantarse de madrugada a observar por la ventana de una ciudad blanca (y con altas posibilidades de blanquear aún más) descubriendo entre tanto copo caído y tanto copo sostenido por unas manos invisibles a mis sentidos, un conejo ganándole a la nieve, un conejo de un segundo, el conejo del insomnio, un conejo que aprovecha los espacios de esta ciudad abandonada por las personas que deambulan entre sueños, un conejo tan vivo como ese semáforo de madrugada que dirige un tráfico imaginario, pero que dirige, que vive, un conejo y un semáforo hechos de hielo y de noche con los que me he encontrado de pura casualidad en ese espacio suyo, desde esta noche un poco nuestro, como una visitante indiscreta descubriendo su secreto.
¿Sirve?