jueves, 18 de octubre de 2012

Transmigración de un gato

Como "buena" lectora suelo pasar por alto (o por bajo o por donde quiera que se pueda pasar, salvo por ellas) las señales  más evidentes. Algunos dirán que encuentro regocijo entre los árboles, interesándome poco colocar en mi campo visual el bosque. A veces tengo la impresión que me muevo al contrario de eso, que por afanarme en armar el bosque, quedan fuera de foco algunos arbolitos, no menos frondosos, ni verdes ni acogedores al ojo  que los que tupen "mi" bosque. Y esto sólo podría deberse a un asunto azaroso, nada más. Ni siquiera me encuentro en posición de decir que "opté" por tal o cual árbol ni intentar vender pescadas de ese tipo. El caso es que sólo hoy, encontrándose por días frente a mi casa, mutando de un estado a otro, caí en cuenta (y con ayuda tipo "mira lo que han botado allí") que se encontraban esas patas peludas, tiesas, asomando fuera de una bolsa. Ignoro si habrá sido por estar acostumbrada a fijar mi vista en los arbustos que anteceden la entrada de la casa vecina o por omisión inconsciente, la que podría explicarse como un modo que encontré (siempre en el plano de la inconsciencia) de perderme los espectáculos más terribles de esta vida. Ya sea por costumbre o por omisión advertí tu presencia dentro de esa bolsa recién hoy. Ni mis ojos ni mi nariz te delataron. Tal vez ya percibían tu ausencia. Porque, el hecho de que tus patitas peludas se asomaran bolsa afuera, no remitía en ningún caso a tu ser(te). Las miré un rato intentando rearmar, a partir de ellas, el resto de tu cuerpo felino, no llegando siquiera a dar con tu color. Tal vez con tu tamaño por el volumen que ocupabas dentro de ese ataúd de plástico. Pero ese volumen no me habló de tus rutinas de pandereta, de tus maullidos, de tus ronroneos...a quién regalabas esos ronroneos?
"Un señor (qué señor!) lo vino a tirar el otro día" "Cuando lo tiró ya estaba muerto" "la vecina lo envolvió dentro de esa bolsa"  luego de discutir con el hombre por haber escogido el frente de su casa para tirarte. Te das cuenta? No la conmovió que te tiraran a la calle, sino, que te tiraran a la calle que coincide con su vereda. Y quién era ese hombre en tu vida (en tu muerte sólo fue quien te lanzó a la calle)? La mano creadora y el oído continente de tus ronroneos?
La gente ha decidido, en ese punto de la vereda, cruzar la calle para evitar esa bolsa. Yo te evito de cuerpo, de ojos y de nariz. Pero, pese a que todos te evitamos, permaneces.  Te has vuelto aroma a falta de cuerpo. Mientras menos cuerpo queda, más te esfuerzas por persistir en forma de olor, habitando nuestras narices, poblando nuestra visión con esas patas tiesas. Para ti ya no habrá panderetas que ganar corriéndole a otros gatos. Desde tu caída a la vereda, sólo tienes nuestros ojos y narices. Yo quisiera tenerte maullándome los ojos, minino, ovillado en mi nariz. Te siento corretear por mis pestañas, resbalar nariz abajo, ronronearme cerca de la boca, arañarme el corazón.